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jueves, 25 de abril de 2013

Las Casillas de Díaz


Durante los siglos modernos, la Sierra de Gibralgalia (de la raíz árabe Ŷabal al-‘alya, “Monte Alto”) integró en toda su extensión el dilatado término jurisdiccional de la villa señorial de Casapalma, “con horca y cuchillo” y “jurisdicción civil y criminal, alta y baja, mero y mixto imperio, señorío y vasallaje” sobre sus súbditos desde 1558 hasta la definitiva abolición legal de esta jurisdicción especial acaecida en el primer tercio del siglo XIX. 

 Casillas de Díaz (Foto de Frank-Cp publicada en Panoramio)

Los sucesivos señores y condes de este título del reino resolvieron disgregar y dar a censo perpetuo en vez de a renta temporal sus tierras fragosas y baldías entre labradores foráneos quienes, con la máxima diligencia, roturaron y poblaron sus respectivos minifundios de viñedos, encinares y olivares al abrigo de haciendas o caserías tales como la de Guerrero a Septentrión y la de Arjona a Mediodía.

Desde 1848, fecha de la formación ex novo del término municipal de Pizarra a expensas de las villas limítrofes en virtud de sentencia firme ganada ante el Supremo Tribunal de Justicia en 1847, la sierra se halla desmembrada entre los municipios de Cártama, Casarabonela y Pizarra, el cual despliega su jurisdicción sobre toda su ladera oriental entre las Casillas de Díaz y el arroyo de Casarabonela, feudatario del río Guadalhorce por su margen derecha.

El origen y principio de las Casillas de Díaz parece retrotraerse a un único edificio matriz, la llamada Casilla de Cristóbal Díaz, en el último tercio del siglo XIX. La proliferación demográfica no tardó en suscitar una consiguiente expansión urbanística mediante la edificación de nuevas casillas en su derredor durante el primer tercio del siglo XX.

Una particular arquitectura vernácula, regida por las experimentadas y sabias manos de los especialistas “albañiles de piedra”, caracterizaba la fábrica material de tales casas rurales: paramentos alzados sobre plantas cuadrangulares y compuestos de piedras superpuestas y arcilla roja, específicamente seleccionada por su consistencia y adherencia, y techumbres elaboradas de cañas secas, tierra arcillosa y tejas curvas con inclinación a dos aguas.

Una explanada diáfana, conocida como “la Plaza”, articulaba la anómala configuración urbanística del caserío, ajustada al quebrado relieve de lomas y cañadas, a la vez que franqueaba una relevante función social dada la inviabilidad económica del atomismo parcelario inherente al modelo minifundista de la propiedad rústica vigente en la sierra de Gibralgalia: la elección cotidiana de los jornaleros serranos por madrugadores manijeros enviados hasta aquellos riscos por los ricos hacendados del municipio de Coín.

La cartografía catastral representa una notable profusión de casas y chozas diseminadas por las cabeceras de los arroyos de los Amasaderos y de los Garridos, con el famoso Camino de los Muertos entre ambos, en 1943. Las Casillas experimentaron, sin embargo, su mayor auge demográfico y urbanístico entre los años cincuenta y sesenta de la pasada centuria con una población de hasta 200 habitantes surtidos de agua por las exiguas fuentes del Pino, de los Rubios y de la Angelilla y una red de pozos dispersos por doquier.

Aún así, la proyección del nuevo núcleo de población de Cerralba por el Instituto Nacional de Colonización (INC), después Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA), en 1965, y la tentación de la emigración, preferentemente orientada hacia la periferia industrial de la ciudad de Barcelona, despojaron las Casillas de familias íntegras durante los años setenta hasta el extremo de despoblarlas por entero en los lustros subsiguientes.

En nuestros días, la vida de las centenarias Casillas de Díaz parece haber reverdecido y recobrado un nuevo y vigoroso pulso después de decenios de olvido e incuria.


Alejandro Rosas Fernández

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